Carla trabaja en la administración municipal donde es responsable del apoyo a la vivienda para las personas que no tienen suficiente dinero para pagar el alquiler. La inflación reciente casi ha duplicado el número de sus clientes. Como compensación a su trabajo, practica violín dos veces por semana por la noche. Allí puede relajarse del estrés de su trabajo.
Recientemente, leyó un artículo sobre la misofonía. Se sorprendió al saber que lo que había percibido como hipersensibilidad, tiene un nombre y explicaciones neurofisiológicas. Ahora entiende mejor su alergia a ciertos ruidos. Odia los ruidos de respiración. Tal vez no en general, pero sí la del compañero del otro escritorio de su sala de trabajo que es su supervisor. Cada vez que él aspira aire y lo expulsa segundos después, se le pone la piel de gallina. Cuando considera que su colega hace esto unas 7.000 veces durante una jornada laboral, puede imaginarse lo agonizante que debe ser. Carla también odia comer ruidos. Tener que escuchar a sus colegas masticar y tragar la pone nerviosa. Entonces, al comerse un paquete de papas fritas o una manzana, su supervisor la vuelve loca.